El niño, I, (en el jardín del pasado).
Existía detrás del viejo molle allá en el nicho de mis primeras travesuras infantiles un personaje sagaz e intrépido, el cual acompañaba con sabia paciencia mis acostumbradas excursiones en el mundo de lo fantástico, de lo ireal.
Era curiosa la capacidad de este pequeño e ignorado amigo mío para inventar y resolver acertijos relacionados con hadas y duendes, de los cuales decía ser pariente lejano, muy lejano; como también era atemorizante su inequiparable complejo de inferioridad y falsa modestia con los que solía referirse a si mismo; ahora que pienso en él y aquellas odiseas nuestras en la profundidad de esa bucólica quebrada y en la oscuridad de cientos de bosques tan peligrosos y antiguos como sólo la maldad pura podría serlo; ahora que recuerdo su descaro ante la amenaza y los resoplos de cruentos dragones y enfurecidad hidras; ahora que a la fría oscuridad de la noche vuelvo a oler los vapores tan horrendos que infestaban el aire de mil tumbas a las que juntos profanamos en nuestras fechorías; ahora, lejos del tufo de muerte, finalmente puedo comprender la raíz de su supuesta valentía y que esta no era más que la representación mundana de un deseo íntimo e intenso de corretear detrás de la parca hasta alcanzarla. Ahora que yaces junto a ella en la humeda profundidad de un suelo chapaco coronado por semillas, sueños y promesas puedo empezar a contar tu historia, nuestra historia; como un último ditirambo al gran guerrero que fuiste...