Ese delgado pedazo de plástico que nos separa de la realidad...

Saturday, January 07, 2006

Verita (ii)

Mirada. La pared esquiva y la cabeza al doble de su volumen pesa mares. Resaca. La garganta reseca, la boca hecha cenicero y los ojos corazón, ¿pero que pasó ayer?. Me levanto; la puerta se aleja y mis pies retroceden ante la injuria del gélido mosaico, en la almohada junto a la figura de mi rostro desvanecerse, una marca del almuerzo, la cena o lo que sea. Hígado, intoxicación. La memoria gana terreno a medida que mi cuerpo se acerca al baño. Asco. Las marcas de la muerte adornan mi espejo, lo olvidé, soy yo.
La ducha fría, el corazón adormecido y el alma que chapotea junto a la alcantarilla, (sólo un empujoncito, sólo eso bastaría para deshacerme de ella, sus males...el amor y su olor); el traje negro, zapatos bien lustrados, la billetera famélica en el bolsillo de atrás y estoy listo para comenzar otro día que empieza mal: hoy entierro a un amigo.
Tomo un taxi, recorte del presupuesto, un micro; vuelta a la esquina, que linda esa mina, y las miradas. Lágrimas.
La tristeza fingida, la congoja infinita, la desesperación y más estiércol, arribo en el momento preciso: la despedida de Javier, la mirada perdida en la eternidad, (se enamoró de ella), y su sueño perfecto tras dos metros de tierra y más estiércol.
A veces me molesta, se lo digo a Mariela mientras duerme pero no me escucha, tal vez así sea mejor, mantener la rutina, olvidar lo que cambió, velar la ventana al amanecer y callar las sábanas junto a la noche, con ella nunca pude y supongo que es por eso que la amo; Mariela ríe cuando se lo digo, duda que exista tal cosa y aún así a lo que tenemos no llamaría más que cariño. Javier amaba y se murió; ¿murió por que amaba o amó por que moría?, no lo sé.
Pasaron varios meses, la rutina intacta y la seguridad en una cajita de metal para que no se arrugue; fue en una noche fría como Mariela cuando encontré el papelito; mientras ordenaba la sección de filosofía en un librero olvidado por la profesión, como cortando a Kierkegaard y su patética existencia de papel se hallaba él, como esperándome en todo este tiempo, retándome a tomarlo y leerlo para develar en esa letra infantil la idea, su último deseo...el por qué.